Patakies o Leyendas Yorubas
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LA NARIZ
La nariz, los ojos, las extremidades, el tronco y las orejas, fueron a registrarse con Orula y este les dijo que tenían que hacer rogación porque podía venir un tiempo en que estuvieran tan cansados que se iban a dormir. Cuando salieron de allí cada cual tomó su camino.
Los ojos acostumbrados a verlo todo no creyeron que en algún momento se pudieran cerrar. Las extremidades, listas siempre para andar los caminos, rieron ante la idea del cansancio.
El tronco no se imaginó en otra posición que no fuera erguido y las orejas despreocupadas olvidaron la rogación. La nariz fue la única que siguió el consejo del adivino. Un tiempo después los ojos sintieron que el cansancio los cerraba.
Las extremidades agotadas necesitaron reposar. El tronco sin apoyo buscó donde acostarse. Las orejas quedaron profundamente dormidas junto a los demás. En medio de aquel silencio, solo la nariz quedó despierta. Desde entonces, cuando el cuerpo duerme, la nariz vela.
CANGREJO:
En una época en que las gentes y animales andaban sin cabeza, Cangrejo fue a la casa de Olofin a pedir cabeza para todo el mundo y así tener con qué pensar.
Olofin le contestó que ya él le avisaría el día en que se decidiera a repartir cabezas para todo el que la necesitara. Cangrejo salió por la noche a avisarle a todos que había conseguido de Olofin repartir las cabezas.
En esta tarea le sorprendió el día muy distante de la casa de Olofin, y a medida que iban llegando la gente y los animales, les iban poniendo su cabeza; pero Cangrejo llegó tarde y no fue posible que le pusieran su cabeza, pues ya se habían acabado. A pesar de que Cangrejo fue el primero que supo del reparto de cabezas, no alcanzó y ese fue su castigo por no atender sus asuntos.
JICOTEA, MAJÁ Y LAGARTIJA:
Obe Wori era huérfano y muy pobre. Un día, cuando fue al mercado a hacer las compras para poder comer, sólo le quedó medio peso en el bolsillo. Obatalá estaba ese día en el mercado disfrazado de limosnero y cuando pasó Obe Wori le imploró una limosna. Al ver al pobre anciano, el joven se compadeció y le dio el medio peso que le quedaba.
Obatalá se identificó con él y le prometió que cuando llegara a su casa iba a encontrar todo lo que necesitaba. Le dijo, además, que fuera a verlo siempre que deseara algo, ya que él se lo facilitaría gustoso. Así la situación de Obe Wori fue prosperando tanto que Lagartija, Jicotea y Majá entraron en suspicacia y decidieron vigilarlo para saber cuál era el secreto de su éxito.
Días después, cuando Obe Wori necesitó ir a casa de Obatalá para pedirle que intercediera en uno de sus negocios, los tres envidiosos lo siguieron, sin saber que ya Obatalá había acordado con Eleguá que vigilara por si alguien se aproximaba a su casa.
Al enterarse Obatalá que Jicotea, Majá y Lagartija habían seguido al joven hasta allí, los castigó. Por eso Jicotea tiene que vivir con la casa a cuestas, Majá se arrastra y Lagartija saca una lengua del cuello constantemente.
IKÚ Y OGÚN
Cuando Olofin confió su gobierno a Ikú y Ogún, no se conocían las enfermedades ni los sufrimientos. Un día en que los jóvenes organizaron una fiesta, uno de ellos compró otí y le brindó a Ogún que bebió hasta emborracharse. El dueño de la forja y los metales se acostó a dormir.
Al rato, llegó Ikú que debía consultarle unos problemas urgentes y quiso despertarlo. Ogún furioso le cortó una mano a su compañero con el machete. La sangre corrió por todas partes. Todo aquel que la pisó se enfermó gravemente. Fue así que se conoció la enfermedad en la Tierra.
ORUN Y LAYÉ
Cuando el mundo solo estaba habitado por los orishas y los hombres creados por Obatalá, estos viajaban del Cielo a la Tierra sin ningún obstáculo.
Un día una pareja subió al palacio de Olofin a pedirle el ashé de la procreación, después de mucho pensar el hacedor asintió pero con la condición de que el niño no traspasara los límites de Layé, la Tierra. El matrimonio estuvo de acuerdo. Meses después nació el niño, el que fue creciendo bajo la vigilancia de los padres que toleraban todas sus malacrianzas.
Un día a escondidas caminó a campo traviesa y llegó al espacio de Orun, el Cielo. Allí se burló de los orishas, hizo todo tipo de travesuras, y le faltó el respeto a quienes lo regañaban. Olofin que observaba lo que sucedía, tomó su bastón y lo lanzó con tanta fuerza que Orun quedó separado de Layé por la atmósfera que se extendió entre los dos.
Desde ese día, los hombres perdieron la posibilidad de subir al palacio del Creador.
ORISHANLÁ:
Orishanlá se encargó de la tarea que le confiara Olofin y comenzó a moldear en barro los cuerpos de los hombres, a los cuales el Supremo Creador les infundiría el soplo de la vida.
Pero no conforme con lo que sucedía se dijo: “¿Por qué yo no puedo completar mi obra?” Así se le ocurrió que podría espiar a Olofin para saber qué debía hacer para que aquellos cuerpos inertes cobraran vida.
Aquella noche Orishanlá en vez de irse a dormir, se escondió en un rincón de su taller en espera de que llegara el Hacedor. Olofin, que todo lo ve, supo enseguida de la estratagema que había urdido Orishanlá y le envió un sueño tan profundo que no se enteró absolutamente de nada.
A la mañana siguiente, cuando Orishanlá despertó, se encontró que todos los hombres tenían vida y comprendió que no debía averiguar lo que no era su comprtencia.
LOS BABALAWOS DESOBEDIENTES:
Olofin se sentía mal de salud y llamó a los babalawos para que lo registraran con sus medios de adivinación.
Los babalawos vieron que era necesario hacerle Ifá a Olofin para que mejorara. Pero de inmediato surgió una discusión entre ellos.
“Si ya es rey, ¿para qué quiere más corona?”, afirmó el más viejo de los presentes. Como los demás estuvieron de acuerdo, decidieron no darle a conocer la letra a Olofin y decirle otra cosa.
Cuando se dirigían a casa de Olofin, Eleguá que había oído toda su discusión, silbó. Los babalawos lo mandaron a callar, pero ya Olofin había oído el aviso y esperó tranquilamente. Los olúos le dieron su falso veredicto a Olofin.
Este los miró y les dijo: –Si ustedes no me son fieles a mí, que soy la suprema autoridad, entonces ¿a quién le pueden ser fieles? Todos perdieron la cabeza por querer engañar a Olofin.
OLOFIN Y LOS VIEJOS:
Olofin le regaló a los viejos unos caballos para que hicieran crías y le entregaran una parte, pero no les dio yeguas. Los viejos, sin fijarse, aceptaron el negocio.
Cuando Olofin los llamó por que no le daban las crías según lo pactado, salieron llorando, ya que por causa de sus errores podían perder la cabeza. Un joven que se enteró de lo que pasaba, fue a casa de Olofin y le dijo que había visto un caballo parido, a lo que este le contestó que los caballos no podían parir.
Entonces el muchacho le dijo que si los caballos no podían parir, ¿cómo el quería que los caballos que le había dado a los viejos hicieran crías? –Eso lo hice para que no confiaran en nadie cuando fueran a hacer un negocio y siempre se fijaran si había trampa.
EL MONO DE NUEVE COLAS:
La hija de Olofin vivía triste y nada le llamaba la atención, por más que su padre se esmeraba nunca se dibujaba una sonrisa en su rostro. Un día que salieron a dar un largo paseo por el bosque, divisó entre unas ramas un mono con nueve colas, el brillo de sus ojos recorrió la espesura.
Fue tanto su entusiasmo por el raro animal que el padre la ofreció en matrimonio a aquel que lograra capturarlo y traerlo al palacio. Muchos fueron los cazadores que salieron precipitadamente al bosque, llevando consigo las mejores trampas; pero el más humilde de todos, antes de partir, fue a ver a Orula quien le hizo ebó con un hueso de jamón y un cordel, indicándole que lo llevara a lo alto de la loma y se acostara cerca.
Al olor del hueso, acudieron muchos animales, entre los que se encontraba el mono de las nueve colas. Cuando el cazador vio que estaba entretenido, fue halando poco a poco el cordel, hasta que tuvo el animal al alcance de sus manos, lo ató con la soga y partió para el palacio de Olofin, quien feliz, por haber recobrado la alegría de su hija, se la concedió en matrimonio.
OBI:
Obí era puro, humilde y simple, por eso Olofin hizo blanca su piel, su corazón y sus entrañas y lo colocó en lo alto de una palma. Eleguá, el mensajero de los dioses, se encontraba al servicio de Obí y pronto se dio cuenta de que este había cambiado.
Un día Obí decidió celebrar una gran fiesta y mandó a invitar a todos sus amigos. Eleguá los conocía muy bien, sabía que muchos de ellos eran las personas más importantes del mundo, pero los pobres, los enfermos y los deformados, eran también sus amigos y decidió darle una lección invitando a la fiesta no solamente a los ricos.
La noche de la fiesta llegó y Obí, orgulloso y altivo, se vistió para recibir a sus invitados. Sorprendido y disgustado vio llegar a su fiesta a todos los pobres y enfermos.
Indignado les preguntó: –¿Quién los invitó? –Eleguá nos invitó en tu nombre –le contestaron. Obí los insultó por haberse atrevido a venir a su casa vestidos con harapos. –Salgan de aquí inmediatamente –les gritó.
Todos salieron muertos de vergüenza y Eleguá se fue con ellos. Un día, Olofin mandó a Eleguá con un recado para Obí. –Me niego a servir a Obí –dijo Eleguá–. Ha cambiado mucho, ya no es amigo de todos los hombres. Está lleno de arrogancia y no quiere saber nada de los que sufren en la Tierra. Olofin, para comprobar si esto era cierto, se vistió de mendigo y fue a casa de Obí. –Necesito comida y refugio –le pidió fingiendo la voz. –¿Cómo te atreves a aparecerte en mi presencia tan harapiento? –le increpó el dueño.
Olofin sin disimular la voz exclamó: –Obí, Obí. Sorprendido y avergonzado, Obí se arrodilló ante Olofin. –Por favor, perdóname. Olofin le contestó: –Tú eras justo y por eso fue que yo hice tu corazón blanco y te di un cuerpo digno de tu corazón. Ahora estás lleno de arrogancia y orgullo.
Para castigar tu soberbia te quedarás con las entrañas blancas, pero caerás y rodarás por la tierra hasta ensuciarte. Además tendrás que servir a los orishas y a todos los hombres. Así fue como el coco se convirtió en el más popular de los oráculos.
LORO:
Olofin convocó a una reunión a todos los pájaros, para saber cuál de ellos tenía más mérito. Todas las aves acudieron al palacio, pero como le tenían envidia a Loro, que por aquel entonces era blanco, aprovecharon un descuido que tuvo este y le arrojaron tinta.
Un rato después le esparcieron cenizas sobre su plumaje y más tarde, comenzaron a tirarle epó. Olofin entró ceñero al salón y estuvo observando a los pájaros desde su trono; luego señaló uno entre todos, sus sirvientes se abrieron paso entre la concurrencia y lo condujeron a donde estaba Olofin. –Me ha gustado mucho tu plumaje –dijo a Loro–.
Desde hoy ordeno que todas las personas importantes de mi reino lleven tus plumas como señal dc sabiduría y distinción. Con esta gracia que le concedió Olofin quedaron burlados todos los que, por envidia, quisieron perjudicarlo.
EXPERIENCIAS DE LOS VIEJOS:
Los jóvenes trabajaban con los arugbos en la construcción de los ilé, pero no ganaban lo que ellos creían merecer, a pesar de que hacían los trabajos más fuertes y menos calificados. Además tenían que someterse a la dirección de los viejos que, según ellos, eran, majaderos e intransigentes.
Por eso decidieron separarse y trabajar por cuenta propia. Fue así que comenzaron a fabricar muchas casas muy rápido y el pueblo estaba contento, hasta que un día cayó un fuerte aguacero y las casas que habían fabricado los jóvenes se vinieron abajo.
Toda la población se quejó a Olofin de lo que había sucedido y cómo se habían quedado sin casa. Olofin bajó ala Tierra, y llamó a los viejos y a los jóvenes y le pidió a cada grupo que construyera una casa, para él ver quiénes la construían mejor. Después de una jornada de grandes esfuerzos, los jóvenes terminaron su casa y los viejos la suya.
Olofin inspeccionó las casas construidas y le parecieron tan iguales que decidió reunir a los dos grupos para preguntarles cuál era la diferencia. –Si las casas que hacen los jóvenes son iguales a las que hacen ustedes –dijo Olofin a los viejos–, ¿por qué se caen cuando llueve? –Muy fácil –contestaron los viejos–. Ellos ponen todas las tejas boca abajo en vez de poner una boca abajo y otra boca arriba. ¡Olofin comprendió que los viejos tenían mayor experiencia, porque habían vivido más y desde entonces los autorizó para que fueran ellos quienes dirigieran a los jóvenes y dijeran cuándo estaban capacitados para hacerse operarios.
LEON:
León era un animal manso, pero tan hermoso que la gente lo envidia y se metía con él para provocar su furia. Como no hacía caso de las provocaciones, idearon entonces ir a ver a Olofin para calumniarlo y acusarlo dc un comportamiento que no había tenido nunca.
Olofin llamó a León para regañarlo, pero este supo defenderse y le demostró que nunca había agredido a nadie. –Vas a regresar a la Tierra –le dijo Olofin a León–, pero si alguien te agrede o se mofa de ti, yo te autorizo a que uses tus garras y tus colmillos, y demuestres el ashé que te he dado.
León regresó a la Tierra, dispuesto a no meterse con nadie y a seguir viviendo entre las gentes sin hacer caso de sus burlas y provocaciones. Pero al tercer día, los envidiosos empezaron de nuevo a sembrar la cizaña y a decir: “¡Qué se habrá figurado! Porque Olofin le dio poder él puede mirarnos a todos por encima del hombro. Lo que hay que hacer es caerle a palos para que no se crea mejor que nosotros.”
Una turba comenzó a juntarse frente a la casa de León. Cuando salió para ver qué pasaba, le cayeron encima con palos y piedras y no tuvo más remedio que defenderse con sus garras, morder, matar y arrancar cabezas y brazos.
Desde entonces León vive en el monte, lejos de todos, y el que quiera provocarlo, tiene que ir hasta allí.
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LA NARIZ
La nariz, los ojos, las extremidades, el tronco y las orejas, fueron a registrarse con Orula y este les dijo que tenían que hacer rogación porque podía venir un tiempo en que estuvieran tan cansados que se iban a dormir. Cuando salieron de allí cada cual tomó su camino.
Los ojos acostumbrados a verlo todo no creyeron que en algún momento se pudieran cerrar. Las extremidades, listas siempre para andar los caminos, rieron ante la idea del cansancio.
El tronco no se imaginó en otra posición que no fuera erguido y las orejas despreocupadas olvidaron la rogación. La nariz fue la única que siguió el consejo del adivino. Un tiempo después los ojos sintieron que el cansancio los cerraba.
Las extremidades agotadas necesitaron reposar. El tronco sin apoyo buscó donde acostarse. Las orejas quedaron profundamente dormidas junto a los demás. En medio de aquel silencio, solo la nariz quedó despierta. Desde entonces, cuando el cuerpo duerme, la nariz vela.
CANGREJO:
En una época en que las gentes y animales andaban sin cabeza, Cangrejo fue a la casa de Olofin a pedir cabeza para todo el mundo y así tener con qué pensar.
Olofin le contestó que ya él le avisaría el día en que se decidiera a repartir cabezas para todo el que la necesitara. Cangrejo salió por la noche a avisarle a todos que había conseguido de Olofin repartir las cabezas.
En esta tarea le sorprendió el día muy distante de la casa de Olofin, y a medida que iban llegando la gente y los animales, les iban poniendo su cabeza; pero Cangrejo llegó tarde y no fue posible que le pusieran su cabeza, pues ya se habían acabado. A pesar de que Cangrejo fue el primero que supo del reparto de cabezas, no alcanzó y ese fue su castigo por no atender sus asuntos.
JICOTEA, MAJÁ Y LAGARTIJA:
Obe Wori era huérfano y muy pobre. Un día, cuando fue al mercado a hacer las compras para poder comer, sólo le quedó medio peso en el bolsillo. Obatalá estaba ese día en el mercado disfrazado de limosnero y cuando pasó Obe Wori le imploró una limosna. Al ver al pobre anciano, el joven se compadeció y le dio el medio peso que le quedaba.
Obatalá se identificó con él y le prometió que cuando llegara a su casa iba a encontrar todo lo que necesitaba. Le dijo, además, que fuera a verlo siempre que deseara algo, ya que él se lo facilitaría gustoso. Así la situación de Obe Wori fue prosperando tanto que Lagartija, Jicotea y Majá entraron en suspicacia y decidieron vigilarlo para saber cuál era el secreto de su éxito.
Días después, cuando Obe Wori necesitó ir a casa de Obatalá para pedirle que intercediera en uno de sus negocios, los tres envidiosos lo siguieron, sin saber que ya Obatalá había acordado con Eleguá que vigilara por si alguien se aproximaba a su casa.
Al enterarse Obatalá que Jicotea, Majá y Lagartija habían seguido al joven hasta allí, los castigó. Por eso Jicotea tiene que vivir con la casa a cuestas, Majá se arrastra y Lagartija saca una lengua del cuello constantemente.
IKÚ Y OGÚN
Cuando Olofin confió su gobierno a Ikú y Ogún, no se conocían las enfermedades ni los sufrimientos. Un día en que los jóvenes organizaron una fiesta, uno de ellos compró otí y le brindó a Ogún que bebió hasta emborracharse. El dueño de la forja y los metales se acostó a dormir.
Al rato, llegó Ikú que debía consultarle unos problemas urgentes y quiso despertarlo. Ogún furioso le cortó una mano a su compañero con el machete. La sangre corrió por todas partes. Todo aquel que la pisó se enfermó gravemente. Fue así que se conoció la enfermedad en la Tierra.
ORUN Y LAYÉ
Cuando el mundo solo estaba habitado por los orishas y los hombres creados por Obatalá, estos viajaban del Cielo a la Tierra sin ningún obstáculo.
Un día una pareja subió al palacio de Olofin a pedirle el ashé de la procreación, después de mucho pensar el hacedor asintió pero con la condición de que el niño no traspasara los límites de Layé, la Tierra. El matrimonio estuvo de acuerdo. Meses después nació el niño, el que fue creciendo bajo la vigilancia de los padres que toleraban todas sus malacrianzas.
Un día a escondidas caminó a campo traviesa y llegó al espacio de Orun, el Cielo. Allí se burló de los orishas, hizo todo tipo de travesuras, y le faltó el respeto a quienes lo regañaban. Olofin que observaba lo que sucedía, tomó su bastón y lo lanzó con tanta fuerza que Orun quedó separado de Layé por la atmósfera que se extendió entre los dos.
Desde ese día, los hombres perdieron la posibilidad de subir al palacio del Creador.
ORISHANLÁ:
Orishanlá se encargó de la tarea que le confiara Olofin y comenzó a moldear en barro los cuerpos de los hombres, a los cuales el Supremo Creador les infundiría el soplo de la vida.
Pero no conforme con lo que sucedía se dijo: “¿Por qué yo no puedo completar mi obra?” Así se le ocurrió que podría espiar a Olofin para saber qué debía hacer para que aquellos cuerpos inertes cobraran vida.
Aquella noche Orishanlá en vez de irse a dormir, se escondió en un rincón de su taller en espera de que llegara el Hacedor. Olofin, que todo lo ve, supo enseguida de la estratagema que había urdido Orishanlá y le envió un sueño tan profundo que no se enteró absolutamente de nada.
A la mañana siguiente, cuando Orishanlá despertó, se encontró que todos los hombres tenían vida y comprendió que no debía averiguar lo que no era su comprtencia.
LOS BABALAWOS DESOBEDIENTES:
Olofin se sentía mal de salud y llamó a los babalawos para que lo registraran con sus medios de adivinación.
Los babalawos vieron que era necesario hacerle Ifá a Olofin para que mejorara. Pero de inmediato surgió una discusión entre ellos.
“Si ya es rey, ¿para qué quiere más corona?”, afirmó el más viejo de los presentes. Como los demás estuvieron de acuerdo, decidieron no darle a conocer la letra a Olofin y decirle otra cosa.
Cuando se dirigían a casa de Olofin, Eleguá que había oído toda su discusión, silbó. Los babalawos lo mandaron a callar, pero ya Olofin había oído el aviso y esperó tranquilamente. Los olúos le dieron su falso veredicto a Olofin.
Este los miró y les dijo: –Si ustedes no me son fieles a mí, que soy la suprema autoridad, entonces ¿a quién le pueden ser fieles? Todos perdieron la cabeza por querer engañar a Olofin.
OLOFIN Y LOS VIEJOS:
Olofin le regaló a los viejos unos caballos para que hicieran crías y le entregaran una parte, pero no les dio yeguas. Los viejos, sin fijarse, aceptaron el negocio.
Cuando Olofin los llamó por que no le daban las crías según lo pactado, salieron llorando, ya que por causa de sus errores podían perder la cabeza. Un joven que se enteró de lo que pasaba, fue a casa de Olofin y le dijo que había visto un caballo parido, a lo que este le contestó que los caballos no podían parir.
Entonces el muchacho le dijo que si los caballos no podían parir, ¿cómo el quería que los caballos que le había dado a los viejos hicieran crías? –Eso lo hice para que no confiaran en nadie cuando fueran a hacer un negocio y siempre se fijaran si había trampa.
EL MONO DE NUEVE COLAS:
La hija de Olofin vivía triste y nada le llamaba la atención, por más que su padre se esmeraba nunca se dibujaba una sonrisa en su rostro. Un día que salieron a dar un largo paseo por el bosque, divisó entre unas ramas un mono con nueve colas, el brillo de sus ojos recorrió la espesura.
Fue tanto su entusiasmo por el raro animal que el padre la ofreció en matrimonio a aquel que lograra capturarlo y traerlo al palacio. Muchos fueron los cazadores que salieron precipitadamente al bosque, llevando consigo las mejores trampas; pero el más humilde de todos, antes de partir, fue a ver a Orula quien le hizo ebó con un hueso de jamón y un cordel, indicándole que lo llevara a lo alto de la loma y se acostara cerca.
Al olor del hueso, acudieron muchos animales, entre los que se encontraba el mono de las nueve colas. Cuando el cazador vio que estaba entretenido, fue halando poco a poco el cordel, hasta que tuvo el animal al alcance de sus manos, lo ató con la soga y partió para el palacio de Olofin, quien feliz, por haber recobrado la alegría de su hija, se la concedió en matrimonio.
OBI:
Obí era puro, humilde y simple, por eso Olofin hizo blanca su piel, su corazón y sus entrañas y lo colocó en lo alto de una palma. Eleguá, el mensajero de los dioses, se encontraba al servicio de Obí y pronto se dio cuenta de que este había cambiado.
Un día Obí decidió celebrar una gran fiesta y mandó a invitar a todos sus amigos. Eleguá los conocía muy bien, sabía que muchos de ellos eran las personas más importantes del mundo, pero los pobres, los enfermos y los deformados, eran también sus amigos y decidió darle una lección invitando a la fiesta no solamente a los ricos.
La noche de la fiesta llegó y Obí, orgulloso y altivo, se vistió para recibir a sus invitados. Sorprendido y disgustado vio llegar a su fiesta a todos los pobres y enfermos.
Indignado les preguntó: –¿Quién los invitó? –Eleguá nos invitó en tu nombre –le contestaron. Obí los insultó por haberse atrevido a venir a su casa vestidos con harapos. –Salgan de aquí inmediatamente –les gritó.
Todos salieron muertos de vergüenza y Eleguá se fue con ellos. Un día, Olofin mandó a Eleguá con un recado para Obí. –Me niego a servir a Obí –dijo Eleguá–. Ha cambiado mucho, ya no es amigo de todos los hombres. Está lleno de arrogancia y no quiere saber nada de los que sufren en la Tierra. Olofin, para comprobar si esto era cierto, se vistió de mendigo y fue a casa de Obí. –Necesito comida y refugio –le pidió fingiendo la voz. –¿Cómo te atreves a aparecerte en mi presencia tan harapiento? –le increpó el dueño.
Olofin sin disimular la voz exclamó: –Obí, Obí. Sorprendido y avergonzado, Obí se arrodilló ante Olofin. –Por favor, perdóname. Olofin le contestó: –Tú eras justo y por eso fue que yo hice tu corazón blanco y te di un cuerpo digno de tu corazón. Ahora estás lleno de arrogancia y orgullo.
Para castigar tu soberbia te quedarás con las entrañas blancas, pero caerás y rodarás por la tierra hasta ensuciarte. Además tendrás que servir a los orishas y a todos los hombres. Así fue como el coco se convirtió en el más popular de los oráculos.
LORO:
Olofin convocó a una reunión a todos los pájaros, para saber cuál de ellos tenía más mérito. Todas las aves acudieron al palacio, pero como le tenían envidia a Loro, que por aquel entonces era blanco, aprovecharon un descuido que tuvo este y le arrojaron tinta.
Un rato después le esparcieron cenizas sobre su plumaje y más tarde, comenzaron a tirarle epó. Olofin entró ceñero al salón y estuvo observando a los pájaros desde su trono; luego señaló uno entre todos, sus sirvientes se abrieron paso entre la concurrencia y lo condujeron a donde estaba Olofin. –Me ha gustado mucho tu plumaje –dijo a Loro–.
Desde hoy ordeno que todas las personas importantes de mi reino lleven tus plumas como señal dc sabiduría y distinción. Con esta gracia que le concedió Olofin quedaron burlados todos los que, por envidia, quisieron perjudicarlo.
EXPERIENCIAS DE LOS VIEJOS:
Los jóvenes trabajaban con los arugbos en la construcción de los ilé, pero no ganaban lo que ellos creían merecer, a pesar de que hacían los trabajos más fuertes y menos calificados. Además tenían que someterse a la dirección de los viejos que, según ellos, eran, majaderos e intransigentes.
Por eso decidieron separarse y trabajar por cuenta propia. Fue así que comenzaron a fabricar muchas casas muy rápido y el pueblo estaba contento, hasta que un día cayó un fuerte aguacero y las casas que habían fabricado los jóvenes se vinieron abajo.
Toda la población se quejó a Olofin de lo que había sucedido y cómo se habían quedado sin casa. Olofin bajó ala Tierra, y llamó a los viejos y a los jóvenes y le pidió a cada grupo que construyera una casa, para él ver quiénes la construían mejor. Después de una jornada de grandes esfuerzos, los jóvenes terminaron su casa y los viejos la suya.
Olofin inspeccionó las casas construidas y le parecieron tan iguales que decidió reunir a los dos grupos para preguntarles cuál era la diferencia. –Si las casas que hacen los jóvenes son iguales a las que hacen ustedes –dijo Olofin a los viejos–, ¿por qué se caen cuando llueve? –Muy fácil –contestaron los viejos–. Ellos ponen todas las tejas boca abajo en vez de poner una boca abajo y otra boca arriba. ¡Olofin comprendió que los viejos tenían mayor experiencia, porque habían vivido más y desde entonces los autorizó para que fueran ellos quienes dirigieran a los jóvenes y dijeran cuándo estaban capacitados para hacerse operarios.
LEON:
León era un animal manso, pero tan hermoso que la gente lo envidia y se metía con él para provocar su furia. Como no hacía caso de las provocaciones, idearon entonces ir a ver a Olofin para calumniarlo y acusarlo dc un comportamiento que no había tenido nunca.
Olofin llamó a León para regañarlo, pero este supo defenderse y le demostró que nunca había agredido a nadie. –Vas a regresar a la Tierra –le dijo Olofin a León–, pero si alguien te agrede o se mofa de ti, yo te autorizo a que uses tus garras y tus colmillos, y demuestres el ashé que te he dado.
León regresó a la Tierra, dispuesto a no meterse con nadie y a seguir viviendo entre las gentes sin hacer caso de sus burlas y provocaciones. Pero al tercer día, los envidiosos empezaron de nuevo a sembrar la cizaña y a decir: “¡Qué se habrá figurado! Porque Olofin le dio poder él puede mirarnos a todos por encima del hombro. Lo que hay que hacer es caerle a palos para que no se crea mejor que nosotros.”
Una turba comenzó a juntarse frente a la casa de León. Cuando salió para ver qué pasaba, le cayeron encima con palos y piedras y no tuvo más remedio que defenderse con sus garras, morder, matar y arrancar cabezas y brazos.
Desde entonces León vive en el monte, lejos de todos, y el que quiera provocarlo, tiene que ir hasta allí.
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